Boletín Electrónico CDIC. No. 12 setiembre 2009
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Concluyó un congreso internacional en la materia


Bibliotecas: el futuro será digital
Si las bibliotecas quieren evitar transformarse en instituciones desiertas y polvorientas en las que dormita un saber inaccesible, la única solución está en la digitalización de su patrimonio, coincidieron expertos internacionales, reunidos en Milán en ocasión del 75º Congreso Mundial de la Federación Internacional de Asociaciones de Bibliotecas (IFLA).
La transferencia a formatos digitales de las obras custodiadas en las bibliotecas de hecho ya forma parte del presente, como subrayó el presidente de la asociación italiana de bibliotecarios, Mauro Guerrini.
"Muchas bibliotecas municipales y locales ya han digitalizado y vuelto accesibles a través de Internet a libros y otros documentos, y lo mismo sucede en las universidades, donde algunos ateneos han logrado un nivel de servicio comparable con las mejores experiencias en el exterior", dijo Guerrini.
Pero más allá de las iniciativas locales ­regionales o nacionales­ la tendencia que se va imponiendo en el mundo de las bibliotecas es la de definir acuerdos con operadores en Internet, que se ocupen técnicamente de la digitalización de las obras, una tarea larga y delicada, así como de su ordenación sucesiva, para permitir búsquedas en base a parámetros variables de parte de estudiantes, investigadores o simples lectores.
En este campo, se está perfilando una competencia entre algunos de los mayores actores en la red: por una parte el motor de búsqueda Google, con su proyecto Google Books, y por la otra la alianza entre Microsoft, Yahoo y Amazon para la rival Open Book Alliance. Google Books está actualmente en ventaja en esta competencia, luego de que la semana pasada se informó de sus tratativas con la Biblioteca Nacional francesa para colaborar en la digitalización de su catálogo de obras, como reconoció en Milán su responsable para Europa, Santiago de la Mora.
"Estamos muy satisfechos del interés que ha suscitado nuestra actividad: estamos ya colaborando con éxito con bibliotecas de muchos países, entre los cuales Francia, Bélgica, Gran Bretaña, Suiza, Alemania y España", subrayó de la Mora, y precisó que "nuestra biblioteca digital cuenta ya con material en más de cien idiomas".
 
Fuente: La República. Jueves, 27 de agosto, 2009 - AÑO 10 - Nro.3370

CARTAS DE NUEVA YORK (II): Bibliotecas cinco estrellas


El asesor de la sección de Cáncer de 'elmundo.es' relata desde Nueva York su experiencia en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, una de las instituciones oncológicas más antiguas y prestigiosas del mundo
 
RICARDO CUBEDO * 
 
Si un centro académico fuera el Templo de Salomón, su biblioteca sería el 'Sancta Sanctorum', con las Tablas de la Ley en el Arca de la Alianza. Una universidad, un archivo, un laboratorio, un instituto, un hospital universitario... son centros de enseñanza y aprendizaje que gravitan simbólicamente sobre el centro de gravedad de sus bibliotecas.
 
En ellas se deposita y custodia el reflejo impreso del saber. Ofrecen un refugio seguro y familiar a quien desea apartarse por un momento de la vorágine de la consulta, el aula o el laboratorio, para buscar la información precisa, aclarar ideas, escribir notas, leer las últimas publicaciones. Estudiar, en suma.
Creo que el respeto que se tiene una institución académica se refleja inevitablemente en su biblioteca.
 
Visitándola se averigua la idea que, pongamos un hospital, tiene de sí mismo. Un organismo donde se investiga, enseña, estudia y aprende debería preciarse de dedicar sus mejores recursos al escaparate interior de su biblioteca. Y recursos, además del dinero, lo son el esmero, el ingenio, la sensatez o la colaboración desinteresada.
 
A menudo no se considera lo suficiente que en nuestros grandes hospitales vinculados a las universidades, además de practicarse la medicina, se la enseña a quien la habrá de ejercer y se la hace avanzar a empellones de investigación científica. Muchas veces, la imagen que dan nuestras bibliotecas hospitalarias dicen muy poco de hasta qué punto los hospitales se aprecian a sí mismos como grandes centros académicos de los que enorgullecerse.
 
En el Memorial puedo elegir entre dos bibliotecas. La propia del hospital, en el edificio de investigación Rockefeller, y la de la Universidad de Cornell, cruzando la calle. Además, están todas las bibliotecas públicas de Nueva York, incluyendo la Central. Ésta, en su ubicación entre la Quinta Avenida y las calles 42 y 43, merece la visita de quien pase por la ciudad. Pero no sólo por fuera. Entren en ella, acomódense en la inmensa sala de lectura central (nadie les impedirá el paso), escojan un volumen de su interés de las decenas de miles alineados en los anaqueles de acceso libre, y regálense una o dos horas de lectura bajo los altísimos techos pintados al fresco, en mesas de roble largas como mástiles, iluminadas por lámparas de latón dorado.
 
Las oportunidades y facilidades que me brindan en conjunto estas bibliotecas hacen del estudio (o quizá, le devuelven) la clase de placer manso, ajeno al tiempo, que le corresponde. Será por eso que lo primero que resulta chocante nada más entrar en alguna de ellas es algo tan poco habitual... ¡Están llenas de gente! Recuerdo a un administrador de hospital quien, cuando le afeé lo descuidada que tenía la biblioteca, argumentó sin que se abriesen los cielos y un rayo olímpico lo fulminara en el acto que "para qué, si total siempre está vacía".
 
Todo de todo
 
Naturalmente, lo principal que debe tener una biblioteca son fondos. Y los de aquí se resumen fácilmente: lo tienen todo, pero, como decimos en España 'no todo, sino todo-todo-todo', puesto que se debe entender que 'todo' no es todo, sino sencillamente bastante. No hay revista de medicina o biología que no se pueda encontrar. Hasta hace algunos años, en formato de papel. Ahora ya casi todas en formato electrónico. En mi hospital de Madrid también hay un buen número de revistas en formato electrónico, aunque ni siquiera las suficientes para que se pueda predicar que está 'todo' (sin el triplicado).
 
Se accede a ellas a través de algo llamado Biblioteca Virtual Laín Entralgo. He intentado a menudo obtener artículos de revistas médicas con Don Laín, y juro que me cuesta menos tiempo hacer la declaración de la renta con el programa PADRE. Aquí, me basta escribir el nombre de la publicación en la ventana correspondiente y darle a un botón. Otro botón y ya está en la impresora.
 
Claro, que puedo hacer esto porque hay ordenadores. Decenas de ellos; PC's, Mackintosh y (¡la bomba!) Linux. Y muchas impresoras. Quiero decir 'muchas-muchas-muchas', para que se me entienda. Aunque, para eso, no hace falta estar en la biblioteca. La misma magia se conjura desde cualquier ordenador del Memorial. El edificio principal está en la calle 67, las consultas donde trabajo en la 53, pero desde los terminales de allí puedo obtener una copia del artículo que me interesa exactamente como si estuviese en la biblioteca (a pesar de lo cual, sigue llena).
 
Llevo sólo cinco años intentando que me conecten el ordenador de mi consulta a la red general del hospital, a fin de que pueda no-encontrar la revista que me interesa sin necesidad de desplazarme a la biblioteca.
 
Todo esto cuesta dinero. Claro que sí, mucho dinero. En la partida presupuestaria que un hospital dedica a sus recursos bibliotecarios es donde, de verdad, se aprecia lo universitario o académico que lo conceptúan sus administradores. Y ese dinero se encarna luego en las suscripciones electrónicas a revistas, en los puestos de ordenador, en el horario que aquí se extiende hasta las doce de la noche, sábados y domingos incluidos (y siguen llenas), en el personal tan abundante...
 
La biblioteca de mi hospital cierra por las tardes durante todo el verano, no abre sábados ni domingos y algún año permaneció a cal y canto durante todo el mes de agosto. El personal de la biblioteca es 'la' bibliotecaria. Una línea para Carmen, pues se la merece: la mayoría de los bibliotecarios españoles en precario que conozco suplen con dosis muy generosas de encanto, eficiencia y trabajo todo lo que les falta a sus bibliotecas, como marinos de cascarón siempre achicando vías de agua y recomponiendo el motor, pero a flote y arrumbando.
 
El placer de las pequeñas cosas
 
Con todo, no son las cosas que costaría mucho dinero implementar las que más me han conmovido, sino aquellas que requieren un enorme capital de interés, sentido común y buena voluntad. Esos detalles que salvan la brecha entre trabajar y trabajar muy a gusto.
 
Son la mesita baja de centro con todos los periódicos del día. Son los sillones donde descansar arrellanado un rato. Es el dispensador de agua fresca. Es la pequeña salita acristalada para que se pueda acomodar un grupo que va a trabajar junto. Son los enchufes para el ordenador portátil que han violado las centenarias mesas de roble. Es la máquina de café. Son las mesas enfrentadas para que dos trabajen juntos, es la red wi.fi para navegar desde el portátil. ¡Fue la pecera llena de tapones para los oídos que apareció al día siguiente de empezar las obras en la calle!... Y, por encima de todo, esa caja usada de galletas en la que un ángel bibliotecario ha puesto bolsitas de té, junto a una pila de vasos de plástico, un puñado de azucarillos y un termo de agua caliente.
 
No sé quién bendito ha puesto esa caja de galletas y la mantiene siempre surtida, pero si sé dos cosas: que no era una obligación que viniera especificada en su contrato, y que quien lo haya hecho entiende lo que siente y lo que necesita una persona que se encierra un domingo a trabajar en una biblioteca. Ya sé que en España hay hospitales con bibliotecas excelentes, y que en América los habrá también con otras desastrosas. Pero lo que quiero decir es que, antes que los ordenadores o las estanterías mecanizadas, es esa consideración caritativa hacia el estudioso, ese respeto al lugar donde se cocina el trabajo intelectual, lo que he añorado desde aquí en quienes tienen la responsabilidad de equipar las bibliotecas de nuestros hospitales. Un poquito de por favor.

* Ricardo Cubedo es oncólogo de la Clínica Universitaria Puerta de Hierro de Madrid y asesor de la sección de Cáncer de 'elmundo.es', donde atiende habitualmente las dudas que le plantean los internautas.
 
Fuente: elmundo.es. SALUD

CARTAS DE NUEVA YORK (III): Los mejores centros de cáncer


El asesor de la sección de Cáncer de 'elmundo.es' relata desde Nueva York su experiencia en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center, una de las instituciones oncológicas más antiguas y prestigiosas del mundo
 
RICARDO CUBEDO*
 
La característica principal y más valiosa del Memorial es tan consustancial a él que no se percibe inmediatamente, a fuerza de darla por supuesta. Sería menester hacer el siguiente experimento: colocar a un oncólogo español con los ojos vendados en la última planta del edificio principal, retirarle la venda sin advertirle dónde se encuentra y pedirle que bajara lo más rápido posible los 21 pisos, recorriendo los pasillos centrales.
 
Sólo entonces, al llegar a la calle, se admiraría de lo siguiente. Había pasado por plantas de internamiento, consultas, bibliotecas, laboratorios de investigación, departamentos quirúrgicos, servicios de radiodiagnóstico, oficinas de prensa, gimnasios de rehabilitación o salas de conferencias…, pero todo ello, absolutamente todo, giraba en torno al cáncer. Si hubiese hecho el mismo ejercicio en su hospital de origen, la Oncología habría sido sólo una más entre Medicina Interna, Ginecología, Pediatría, Cirugía General, Traumatología y otras dos docenas más de especialidades y servicios.
Vamos a hacer ahora una lista de los mejores lugares del mundo donde se investiga y trata el cáncer. En cabeza, casi todo el mundo estaría de acuerdo, se colocan el M.D. Anderson de Houston y el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. Cuál primero y cuál después es cuestión de gustos. A partir del tercer puesto, la cosa se complica, y cada entendido elaborará una lista ligeramente diferente. Pero creo que casi todos aceptarían que hay una serie de centros norteamericanos y europeos que, en un puesto u otro, merecen figurar en el 'top ten'.
 
De allende el Atlántico tendríamos el Dana-Farber de Boston, el Fred Hutchinson de Seattle, el Instituto Nacional del Cáncer en Bethesda, cerca de Washington (el único público), el Fox Chase de Filadelfia y el H. Lee Moffit de Tampa, Florida. En nuestra Europa, el Royal Marsden en Londres, el Paul Brousse en Paris, el NKI en Amsterdam y el Instituto Europeo de Oncología en Milán (todos públicos). ¿Qué tienen todos ellos en común? Son centros monográficos de cáncer.
 
No potentes servicios de oncología que pertenecen a hospitales generales, sino grandes instituciones dedicadas exclusivamente al cáncer desde el sótano hasta la terraza.
Que el estudio y el tratamiento del cáncer tengan lugar dentro de un complejo dedicado en exclusiva tiene muchas ventajas. A mi entender, cinco son las principales. La primera está relacionada con un concepto muy importante en ciencia y que se conoce como 'masa crítica'. En esencia significa que las grandes ideas y la capacidad para llevarlas a buen puerto necesitan de un buen montón de gente dedicada a lo mismo bajo el mismo techo, reuniéndose a diario, intercambiando experiencias y resultados, criticándose y atacando el mismo problema desde distintos flancos a la vez. Y no es sólo porque tres puedan el triple que uno, es porque la investigación y el desarrollo no son asunto de genios solitarios enrocados en marfileñas torres; son el producto de muchas mentes fecundándose unas a otras, para lo que necesitan estar muy próximas y ser muy promiscuas. Para empujar la medicina hacia delante, si tres pueden el triple que uno, treinta hacen el trabajo de trescientos.
 
Cuestión de experiencia
La segunda ventaja evidente de un centro de cáncer es la concentración de la experiencia. Durante estos meses en el Memorial me he incorporado al equipo de sarcomas, la clase de tumores malignos que más me interesa. Puesto que los sarcomas son cánceres muy raros, en mi hospital no reúno más de una docena al año. Con Bob Maki, el director del equipo, atendíamos 40 ó 50 a la semana. Si usted tuviese un sarcoma, ¿quién preferiría que le atendiera, él o yo?
 
Y la capacidad de adquirir una experiencia nutrida aun en enfermedades tan infrecuentes como los sarcomas no sólo atañe a los oncólogos, se extiende a cirujanos, radiólogos, patólogos, rehabilitadores… Es cierto que la mayor parte de los cánceres no son tan poco comunes. Los tumores más habituales, como los de mama, pulmón, aparato digestivo o próstata, abundan tanto que hasta el servicio de oncología más modesto se nutre pronto de toda la 'materia prima' que necesita para dotarse de experiencia.
 
Pero cada una de estas enfermedades también cuenta con subgrupos que no son tan copiosos. Cualquier oncólogo puede atender a un montón de cánceres de mama, por ejemplo. ¿Pero cuántas de ellas menores de 25 años, o con afectación de los dos pechos al mismo tiempo, o con mutaciones genéticas hereditarias? También los cánceres frecuentes comprenden situaciones particulares infrecuentes en las que el centro monográfico le gana la partida de la experiencia al hospital general.
 
La tercera ventaja de un hospital dedicado completamente al cáncer les hace la vida mucho más fácil a los oncólogos del Memorial que a la gran mayoría de sus colegas españoles. Sólo una de cada cuatro batas blancas con las que uno se cruza por los pasillos del Memorial enfunda a un oncólogo. El resto pertenece a cirujanos generales, urólogos, ginecólogos, traumatólogos, patólogos, radiólogos, oftalmólogos, intensivistas, otorrinos y unos cuantos más; pero todos ellos dedicados en exclusiva al enfermo de cáncer.
Que un oncólogo entienda de cáncer no es maravilla. Sin embargo, no siempre se puede esperar lo mismo de un neurólogo o un ginecólogo, y a veces los necesitamos mucho. Y no se trata en realidad de conocimientos, sino de cierta actitud positiva ante el problema del cáncer. Se trata de que no aparezca ese deje bienintencionadamente escéptico ('¿seguro que merece la pena?') en la voz del cirujano cuando se le solicita una operación delicada para un enfermo con cáncer incurable.
 
Ratones y pacientes
En penúltimo lugar, tratar bien el cáncer y, sobre todo, investigarlo adecuadamente, es caro. Y el centro monográfico recauda recursos con mucha mayor eficacia que el servicio pequeño. ¿No resulta curioso que todos los hospitales americanos que he mencionado, pero sólo uno de los europeos, tengan nombres de persona? Ello no se debe a su encanto o belleza. Pero no sólo se trata del dinero privado de los filántropos, tan rácanos en Europa (por cierto, Paul Brousse no dio un franco. Era un histórico socialista de finales del XIX). En realidad, Estados Unidos dedica a la investigación biomédica una tajada del PIB mayor que la de cualquier estado europeo. La labor de 'lobby' de los grandes centros monográficos, con todo su enorme prestigio y sus patronatos atestados de personajes influyentes, no es ajena a tanta generosidad privada o pública. El que no llora… Y estos mega-centros del cáncer lloran muy fuerte.
He dejado para el último lugar la GRAN prerrogativa de los centros monográficos, la esencia que los justifica y los hace imprescindibles para un país que quiera estar en la proa de la lucha contra el cáncer: la imbricación de la investigación clínica con la básica de laboratorio. Después de dos meses en el Memorial no sabría distinguir si es un hospital donde se hace investigación básica de primera clase, o un gran instituto de investigación de laboratorio en el que se trata estupendamente a los enfermos. Ese salto de la investigación en el ratón al ensayo clínico en las personas es mucho más viable bajo un mismo techo.
 
En el Memorial es más fácil prosperar en la jerarquía médica si se es también un investigador de laboratorio competente; es difícil mantenerse en la cresta de la ola de los investigadores si no se lanza un tentáculo fuera del laboratorio que alcance a los pacientes. Mis experiencias más gratificantes en el Memorial han tenido que ver con el trasiego a través de este puente. A principios de julio, Bob Maki todavía andaba a vueltas con un laboratorio de inmunología básica, dándole las últimas pinceladas a un nuevo tratamiento para los sarcomas sinoviales; a finales de agosto, él mismo le aplicaba el tratamiento a la primera paciente. Al doctor Igor Matushanski se le ve los martes y viernes, fonen al cuello, en las consultas de oncología; el resto de los días, en los laboratorios dándole a la pipeta con el mismo afán. Los jueves por la mañana tiene lugar la reunión semanal entre los oncólogos de sarcomas y los investigadores del laboratorio de patología molecular de Carlos Cordón-Cardo. Para alguien que no los conociera y asistiera a sus discusiones, no sería sencillo diferenciar quién trata a personas y quien a ratones. ¡Precioso!
 
¿Y España?
Los grandes centros monográficos de investigación y tratamiento del cáncer son una característica esencialmente norteamericana, pero los países europeos más significativos en la lucha contra él cáncer también disponen de ellos desde hace muchos años. España sólo cuenta con el Instituto Valenciano de Oncología (el 'IVO') que, con ser un centro excelente, no dispone de los recursos ni tiene el volumen o la proyección de sus homólogos extranjeros.
 
La oncología española es muy buena, y la inmensa mayoría de los enfermos con cáncer en nuestro país no necesitan un centro monográfico, aunque algunos con tumores raros, necesidades quirúrgicas especiales, deseos de obtener una segunda opinión de la máxima calidad sin necesidad de viajar o decididos a participar en ensayos clínicos se beneficiarían sin duda. Los principales cometidos de esos dos o tres centros dedicados en exclusiva al cáncer que nos faltan serían propiciar la dedicación de más recursos contra el cáncer, catalizar los esfuerzos dispersos de los servicios de oncología médica en el diagnóstico y tratamiento de cánceres raros, facilitar el acceso de más pacientes a técnicas diagnósticas especiales como el diagnóstico genético, ofrecer formación a médicos y cirujanos en aspectos muy concretos de la oncología, facilitar algunos tratamientos muy específicos, atraer a España más ensayos clínicos en las fases más precoces del desarrollo de los nuevos fármacos y, sobre todo, proporcionar un lugar de trabajo a tantos excelentes investigadores de laboratorio que andan por el extranjero, deseosos de regresar pero sin encontrar el modo. Un lugar donde las ideas de quienes practican la medicina y quienes la investigan hiervan en la misma cazuela.
 
No sería fácil y, quizá sea ya imposible. Todos los centros monográficos mencionados son instituciones antiguas, creadas hace décadas y que han ido madurando a fuego lento. Hoy día sería impensable financiar una institución semejante sin contar con el capital privado. Habría que luchar contra males muy enraizados todavía en nuestros sistemas sanitarios y de investigación, como la endogamia, el clientelismo, la burocratización y las luchas de poder de distintas facciones a la vista de una tarta tan apetitosa. Ante todo, si no queremos terminar con diecisiete 'centritos del cáncer', de algún modo sería menester esquivar el monstruoso inconveniente de los minifundios sanitarios que ha impuesto el estado de las autonomías.

* Ricardo Cubedo es oncólogo de la Clínica Universitaria Puerda de Hierro de Madrid y asesor de la sección de Cáncer de 'elmundo.es', donde atiende habitualmente las dudas que le plantean los internautas.
 
Fuente:  elmundo.es. SALUD
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